
David Rodas Martín, 89 Spain
Crónica de la respuesta italiana a la COVID-19 en términos geopolíticos.
Cuentan que Trump se enfadó con Salvini. El gobierno italiano se adhirió, en marzo de 2019, a la Nueva Ruta de la Seda impulsada por la República Popular China, lo que suponía un golpe a los intereses de Trump en la guerra comercial desatada por los Estados Unidos de América contra el gigante asiático. En verano del año pasado, además, las relaciones del líder de la Lega con el entorno de Vladimir Putin se dejaron traslucir a través de unas grabaciones filtradas. Se negociaba la concesión de fondos ilegales para el partido del ministro italiano de extrema derecha. En la Casa Blanca no sentaron bien estos acuerdos subrepticios que erosionaban la hoja de ruta de la administración trumpista: se reforzaba el eje Pekín-Moscú-Roma. Salvini, en su visita estival a Washington, en lo que se leyó como un gesto de agravio, no fue recibido por Trump. Madrid nunca entró en la ruta de la seda, España se salvaguardaba al amparo atlantista.
El gobierno Di Maio-Salvini cayó en agosto de 2019. La figura del primer ministro Conte, hasta entonces eclipsado por la pugna entre los líderes del Movimiento 5 Stelle (M5S) y la Lega, se revalorizó tras la conformación del gobierno 5 Stelle-Partito Democrático (PD). La labor del primer ministro había destacado por la comunicación con los líderes de la UE, a quienes daba cuenta de los devaneos populistas del eurófobo ministro de Interior: amenazas de incumplimiento de compromisos comunitarios, cierre de puertos, etc. Conte, así, se consolidó como líder del gobierno (con Di Maio desdibujado y el líder del PD, Zingaretti, sin entrar en el ejecutivo) tras un convulso verano donde las elecciones anticipadas parecieron durante muchas semanas inevitables. La Lega de Salvini se mantenía, con holgura, en cabeza en los sondeos. Ir a las urnas fue el plan truncado del exministro.
Pasan los meses y llega la pandemia. Conte, como hemos explicado en semanas anteriores, mantiene una posición firme en favor de la mutualización de la deuda a través de los eurobonos. Sin embargo, a diferencia de los gobiernos español y francés, que en el último Eurogrupo abandonaron parcialmente su decidida apuesta por los eurobonos, el gobierno italiano contaba con un as bajo la manga que le permitía asegurar su posición: los reequilibrios de poder geopolíticos.
Italia, a diferencia de España, es una península que se orienta, ambivalente, hacia oriente y occidente. No en vano, Marco Polo transitó desde Venecia la primera ruta de la seda, o, por acercarnos en el tiempo, la influencia soviética en Italia, a través del poderoso PCI siempre fue acentuada. Como recordaba Enric Juliana en La Vanguardia este domingo, ni la presión de los EE. UU. impidió que “Fiat abriese una gran fábrica de automóviles en una ciudad soviética llamada Togliatti” (bautizada así en honor al secretario general del PCI, Palmiro Togliatti). Solo si se parte de esta realidad dual de la situación italiana podremos comprender el juego geopolítico que en estos momentos está realizando: el péndulo itálico oscila hacia oriente. Conte pide ayuda a Xi Jinping, a Díaz Canel y a Putin, e inmediatamente llega ayuda proveniente de China, una brigada médica de Cuba y, lo que no es un dato menor en un país de la UE, llegan convoyes de ayuda sanitaria (y agentes del servicio secreto) rusos. Toque de atención a una dubitante UE: “o nos salvamos entre los socios o nosotros, al menos, tenemos quien nos salve”.
Empiezan así, en las últimas semanas, los movimientos más o menos leves tanto de la UE como de los EE. UU. para evitar el corrimiento de tierras en el mapa geopolítico mundial. Von der Leyen, después de mantener una posición discreta en las reuniones del Consejo Europeo donde Holanda y Alemania bloquearon la mutualización, la presidenta de la Comisión Europea se ha visto en la obligación de pedir perdón a la ciudadanía italiana por abandonarla durante el mes de marzo. Se verá en qué se traduce este arrepentimiento en el Consejo Europeo de esta semana. Se verá si Alemania y Holanda entienden lo que está en juego. Por su parte, el secretario de Estado estadunidense, Mike Pompeo, ha afirmado que los EE. UU. harán aún más por Italia, mientras su país se sumerge en un caos de protestas ultraderechistas contra las medidas de aislamiento social, el raquítico sistema sanitario colapsa y el estado y la ciudad de Nueva York se sumergen en una situación crítica (las imágenes de fosas comunes son ilustrativas al respecto).
Los mapas, así, están cambiando. Veremos cómo se reescriben las lealtades transfronterizas una vez la pandemia haya acabado. Pero, por último, fijémonos en una curiosa encuesta publicada la semana pasada en el país transalpino. En ella, se da cuenta de qué países son percibidos por la población italiana como amigos y cuáles como enemigos. Países enemigos: para el 45% de los italianos, Alemania; para el 38%, Francia. Países amigos: República Popular China, para el 52% de la ciudadanía italiana; Rusia, para el 38%; y EE. UU., para el 17%.
Italia suena a Raffaella Carrà: “Adiós amigos. Goodbye, my friend. Ciao ciao, amigo, arrivederci, auf wiedersehen”.